Sed de imitar
- Asier
- 13 mar 2018
- 3 Min. de lectura
¿Os habéis dado cuenta de que cuando estamos sentados a la mesa y alguien coge su vaso de agua para beber, instintivamente cogemos el nuestro y bebemos?
Los seres humanos aprendemos por imitación y, en buena medida, somos el resultado de la observación de la sociedad en que vivimos, con la que empatizamos, con la que nos relacionamos. Científicamente, esto se explica por las llamadas neuronas espejo estudiadas en el ser humano por el neurocientífico Marco Iacoboni e identificadas en primates en 1996 por el equipo del neurobiólogo Giacomo Rizzolatti en Italia. Rizzolatti decía: “Las neuronas espejo son el ladrillo sobre el que se construye la cultura”.
El cine, uno de los cementos que unen y sellan esos ladrillos. Las historias que aparecen en la gran pantalla nacen de la cultura de una sociedad; pero como resalta Alejandro Pardo en su texto “El cine más allá de la pantalla: hacia una nueva apología de la ficción audiovisual”, a través de la ficción audiovisual también se transmiten ideas, valores y actitudes que son captadas de diferente forma dependiendo de las distintas sociedades. Es “fuente de educación informal” que depende de la cultura que la recibe. Por ejemplo, no es igualmente recibida o comprendida una película que trata la homosexualidad en Rusia donde está mal vista y reprimida, que en un país con una cultura gay friendly.
Pero el poder del cine no es solo el de mostrar ciertos valores de una sociedad. El cine configura las sociedades. El cine es reflejo del espejo que apunta a la sociedad, pero también es modelador de ella misma. Como dice Andrew Tudor: “las películas nos suministran un “mapa” cultural para que podamos interpretar el mundo”. También García-Noblejas nos habla de su capacidad de moldear, confirmar o reformar raíces culturales. Todo un poder, una responsabilidad, un peligro.
El cine mueve masas que confían en lo que ven, que creen que es real. No es necesario anunciar una película como “basada en hechos reales” para que el público advierta su verosimilitud y tome como real esa ficción. Nos dejamos mecer por las imágenes, sonidos y mensajes por segundo que captamos al ver una película. Con las defensas bajas por el embelesamiento y el estado de abstracción de la realidad, nos rendimos ante los encantos de lo ficticio. Observamos, interiorizamos e imitamos.
Salimos de las salas del cine habiéndonos identificado con los protagonistas, creyendo compartir una misma realidad, viviéndola. Copiando por imitación inconsciente el estilismo, la forma de hablar o hasta la manera de dar un beso. El peligro del que hablaba unos párrafos atrás se hace bastante evidente ahora.
¿Quién escribe y produce esas películas? ¿Qué ideas genera y se expanden por las distintas sociedades? Confiamos en que el cine es cultura pero, ¿con qué intención llega hasta nosotros?
Tramas que se repiten película tras película, actitudes, estereotipos. Princesas salvadas por príncipes, peleas de pareja que en un arrebato de romanticismo acaban en beso, héroes que salvan el universo. Entonces, debe ser que el mundo es así, ¿no? Las mujeres son más débiles y delicadas, el amor duele y los hombre son los verdaderos salvadores frente a cualquier peligro. No. Pero es lo que se nos ha mostrado durante años y lo que se ha acabado aceptando como real, interiorizando, creyendo. En la actualidad movimientos como el feminista se han dado cuenta de este gran peligro y se está empezando a luchar contra el machismo en el cine. Pero ocurre en todos los ámbitos sociales. Y a veces, no nos damos cuenta de ello.
La solución ante el cómo valorar esas ideas y actitudes que el cine inserta en la sociedad resulta sencilla. Despertar. Despertar del embelesamiento. Sin embargo, no parece tan sencillo cuando dejamos ir a nuestra mente en un momento de descanso del día a día en el que olvidamos la rutina con sus horarios y deberes, un momento en el que lo de fuera de una sala oscura donde no vemos más allá que lo que muestra la pantalla no existe.
Depende pues de nuestra actitud, nuestro ojo crítico, ponerle un filtro al espejo para no imitar inconscientemente. Parece imposible luchar contra nuestras propias neuronas imitativas, nuestros impulsos. Sin embargo, solo cuesta un segundo frenar y reposar de nuevo sobre la mesa ese vaso de agua que hemos cogido cuando ni siquiera teníamos sed.
Comments