Piedras imprevisibles - Petra
- Asier
- 1 nov 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 12 may 2020
Jaime Rosales busca alcanzar lo sublime de una obra de arte con su último largometraje gracias a la densidad que se le otorga a la imagen, la manualidad de esta película ‘Petra’ (2018), con una metodología desde la que juega subjetivamente con lo imprevisible. Y lo consigue. Gracias a la combinación entre el cine clásico, con los intertítulos que dividen el filme en actos que a veces avisan pero otras esconden, y el cine moderno, además del guión y la tradición griega en la que culpas ajenas del pasado afectan a pobres inocentes; la trama se nos revela a golpes, con giros dramáticos que hacen que no podamos apartar la mirada de esta historia de supervivencia sobre la psicología sufrida del género humano.

Profunda, cruda pero que deja un buen sabor de boca, la historia de Petra habla de la identidad, la culpa y el perdón. Siempre con el mundo del arte rodeando a los personajes, la protagonista busca la verdad, su verdad, a su verdadero padre. Pero como la obra de arte que realiza el personaje de Jaume, sin un punto exacto al que dirigir la vista, Petra, que tiene una mirada egocéntrica siempre en sí misma, se pierde entre mentiras y silencios del resto de personajes que la humillan y manejan su fatum a su antojo.
También así la cámara nos maneja. Una cámara que relata la vida de Petra en su mayoría de planos con un objetivo de 50mm haciéndola más cercana a la mirada humana, una cámara que no cesa en sus movimientos acercándose o alejándose de los personajes para entrar en su intimidad o cederles su espacio, una cámara que a veces se detiene, que los personajes se le escapan para dejarnos de pronto unos segundos a solas frente al paisaje en el que está sucediendo la tragedia. Segundos de alivio ante una trama tan inquietante, de respiro sonoro como los que otorga la música coral que recuerda al mundo clásico y que calma.

Lo clásico, lo antiguo siempre en contraste con lo moderno. En el tema, en el guión pero también en la estética. La dirección de arte no pasa desapercibida pues acompaña a esos contrastes, a esos giros, a esas revelaciones dramáticas haciéndose visibles en pantalla. Arte moderno, el estilo rústico del campo, la vida moderna del siglo XXI, las puertas y cuadros que llaman a descubrir qué hay detrás, a querer saber la verdad como Petra. Sin embargo, conforme la vamos descubriendo, queremos alejarnos de ella como de un cuadro que grita sobre una verdad escondida y dolorosa. Cambios de sentir entre lo frío y lo cálido que también se reflejan en la vestimenta de la protagonista según la verdad le favorece o no.
Maravilloso también el juego de equilibrio entre los actores y actrices de procedencias tan diversas. Actores veteranos, de escuela contemporánea o no profesionales que igualan el acting a un registro intermedio que naturaliza los personajes y los hacen tan creíbles que a veces quieres gritarles.

Por todo este vuelo entre emociones, por saber devolver la calma en los momentos de mayor tensión y ese buen sabor de boca final, mi nota para esta película es un 9/10.
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